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martes, 12 de noviembre de 2013

Cabezón Otero

Abuelo,

En este momento estoy físicamente muy lejos, pero emocionalmente he vivido estos últimos días en Chile. Me rompe el alma no haber estado ahí.

Nacimos y vivimos en dos mundos completamente distintos. Tu naciste en 1914, yo en 1991. Te tocó ver toda mi vida, a mi muy poco de la tuya. Tu ya habías vivido prácticamente todo, cuando yo no había vivido absolutamente nada.  Tu empezaste tu decaimiento físico cuando yo empecé mi crecimiento. Tu empezaste a olvidar, yo a aprender. Me duele mucho, me duele mucho que nos haya tocado vivir en momentos diferentes. Me duele acordarme cuando me decías “socio”, porque me hubiera gustado que durara más. Me duele acordarme de cuando íbamos a pescar en riñihue, yo sujetaba la caña y tú remabas por todo el lago, porque me gustaría que se siguiera repitiendo. Me dolía y me duele acordarme de cuando tu voluntad quería estar presente y tu físico te lo impedía. Me duele acordarme de tu cara de felicidad cuando nos veías en la piscina, de acordarme cuando me enseñaste a tirarme calvados. Me duele acordarme de los almuerzos de los sábados cuando participabas activamente, porque  me gustaba tus participación y es algo que no se va a volver a repetir. Me duele que cuando yo podía participar de la conversación, tu ya no podías.

Sin embargo Abuelo, este tiempo fue suficiente. Te tengo un cariño enorme. Ahora entiendo tus palabras en tus cumpleaños, ahora entiendo tus retos, ahora valoro que no hayas faltado a ningún cumpleaños, premiación de fin de año y almuerzo de los sábado. Cada vez me doy más cuenta de la influencia que tuviste en mi. Me contagiaste ese amor incondicional por la U. Me contagiaste ese amor por entender el mundo. Cada vez dedico más tiempo a leer libros de física, matemática y ciencias en general. Me contagiaste ese compromiso por la familia, de estar presente en los momentos importantes del otro. Me contagiaste ese amor por la vida, de disfrutar cada comida, cada caminata, cada partido de fútbol que veíamos en la televisión, cada buena nota de tus nietos, cada minuto que nos veías a nosotros disfrutando. Y lo más importante educaste a mi papa, que ahora que estoy lejos de mi casa me doy cuenta que no podría haber tenido a uno mejor.

Gracias y te prometo que a través de tu influencia vas a seguir vivo en mí.

Adiós Abuelo.

Me despido, Francisco

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